Hilda del Valle Figueroa. En la década del 70 era estudiante de derecho en Tucumán. Secuestrada el 21 de Julio de 1976 en Calilegua, en la ·noche del apagón”. Permaneció detenida en la C.C.D “guerrillero” y en la penitenciaría de Villa Gorriti
“Nací y me crie en Calilegua. Mi cuerpo tiene secuelas de Poliomielitis que padecida de niña. Pase por el dolor y el sacrificio de 15 operaciones. No fueron más porque, cuando iba a sentarme a los números 16 fue secuestrada. Los golpes y maltratos de cautiverio terminaron con muchos años de tratamiento.
Al momento de mi secuestro tenía 19 años y era estudiante de abogacía de la universidad de Tucumán. Me rebuscaba la vida tejiendo crochet y haciendo algunas ventas para poder seguir estudiando.
Fui a la escuela secundaria de Ledesma. Con mis compañeros, hoy muchos desaparecidos, buscábamos solidarizarnos con aquellos que más lo necesitaban: participábamos de sentadas y reclamábamos. Por lo que eran injustamente sancionados.
La noche del 21 de Julio de 1976 acompañamos a mi madre a la terminal de ómnibus porque viajaba a Tucumán.
Con mi hermana nos volvimos a Calilegua en una renoleta. Íbamos despacio, la idea era quedarnos en casa de mi abuela hasta el regreso de mi mama.
Era cerca de la media noche y las luces se apagaron en todo el pueblo…Lo único que refulgía en la oscuridad era los faros de la camionetita en la entrada a Calilegua. A su luz vi a los soldados, muchos, a ambos lados del camino, y a la gente que era sacada de sus casas al oscuro, medio desnudos, atados y vendados.
Mi hermanita, asustada, empezó a llorar al mismo que el viejito que manejaba se preguntaba en voz alta “¿Qué está pasando?”. Yo intentaba consolarla. Faltaban poquitas cuadras para llegar a casa.
Cuando llegamos al hospital, casi al lado de mi casa, nos cruzamos con la camioneta blanca del ingenio Ledesma. En la caja, atrás, había mucha gente sentada.
Al llegar a casa, veo la puerta del mosquitero entre abierta y empiezo a gritar para que el hombre detenga la marcha. Creí que había entrado a robar y quería bajar a asegurarme.
Al momento de frenar como salida de la nada nos rodeo gente de uniforme. Me tiraron del brazo mientras sacaban a mi hermana por la otra puerta. Me llevaron a la rastra porque, convaleciente de una operación, no podía moverme bien. Nos tiraron en la vereda y me vendaron los ojos mientras me ataban las manos. Mi hermana gritaba desesperada y la amenazaban: “Cállate o te matamos”, metiéndole un arma en la boca.
Nos pusieron en un camioneta pero una voz ordeno: “A esa no, bájenla”. Lo decían por mí. Creo que era una camioneta de la empresa Ledesma.
De allí me llevan a la comisaría de Calilegua sin sacarme la venda. Primero me dicen que soy la número 85. Después me tiran arriba de un camión y caigo sobre otra gente, pero nadie grita, solo se quejan quedamente.
Mi pie me dolía tanto que no podía evitar llorar: de miedo, de dolor, de angustia, y una voz de entre los cuerpos me dice “Cállese”.
En ese estado viajamos un rato hasta la Gendarmería del Ingenio. Allí estuvimos largas horas, donde se reunieron varios camiones más. Después nuevamente partimos y viajamos más o menos hasta las 7 de la mañana se notaba por la claridad. Pasábamos por San Salvador de Jujuy; enseguida me di cuenta porque siempre con mi mama hacíamos ese trayecto para ir al hospital Pablo Soria, donde estaba ALPI (Asociación de Lucha Contra la Poliomielitis Infantil). Pasamos también por el rim 20. Viajamos un trecho mas y el vehículo se detuvo al llegar a Guerrero."
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