Olga Aredez fue una luchadora y una buscadora de la justicia desde el golpe militar en 1976 en Ledesma, Jujuy. Pensar que comenzó sola a dar vueltas a la Plaza San Martín, en el centro de Ledesma, en mayo de 1977. Con el tiempo alguna que otra persona se le sumó. Ella se encargaba de contenerlos y apuntalarlos frente a la impunidad que detentaban los responsables de la masacre la Dictadura”, explica el senador jujeño. Olga quien también fue miembro de las abuelas de Plaza de Mayo murió en el 2005. Olga era esposa del desaparecido doctor Aredez, muy conocido en la ciudad de Ledesma por ser alguien que murió por lo que luchaba dentro del pueblo y del ingenio Ledesma, alguien que murió por los demás.
Extraído del diario personal de Olga Aredez:
“Eran las 3.30 del 24 de Marzo de 1976, una madrugada húmeda, con una fina llovizna. Tocaron insistentemente el timbre en la casa. Mi marido se levanto pensando que sería alguien necesitaría asistencia quizás un caso grave.
Se levanto y fue a atender; demoro solo unos minutos y yo creo que me volví a dormir.
Lo vi entrar al dormitorio en silencio, lentamente, y sentarse en la cama para ponerse las medias. En silencio siguió vistiéndose.
-Por qué no te acostas- le dije
Entonces me di cuenta de que había algo raro en el. Era la palidez y el abatimiento de su rostro.
-Hay un grupo de personas con uniforme militar y policial que vienen a llevarme. No despiertes a los chicos (por Luis y Ricardo). Cuando yo salga, habla con los abogados porque quiero saber porque me culpan y a donde me llevan.
-No te vayas!¿Por qué te tenes que ir si vos no hiciste nada?. Me domino el miedo y empecé a caminar descalza detrás de él. Me quede en el primer patio y, cuando sentí cerrar la puerta de calle, corrí y subí las escaleras y por la mampara que da a la calle. Pude ver como se subían a una camioneta. Eran varios soldados y policías armados. La camioneta era de color blanco y tenía el logotipo de la empresa Ledesma.
Apenas se fue llame insistentemente a la seccional 11. Cuando por fin me atendieron, me dijeron que el ejército se había hecho cargo de la seccional, que estaba intervenida y nada.
Ya eran las 5.
Y yo seguía descalza.
Me vestí y cuando aclaro, fui hasta la casa de un vecino y le relate lo sucedido.
-Señora- me dijo – Ponga la radio porque cuando estábamos en el club hemos escuchado la banda militar. Parece que hay un golpe de estado así me entere que se produjo un golpe que derrocó a Isabel Perón. A las 8 de la mañana nos presentamos en la seccional de Policía donde nos indicaron que fuéramos a reclamar a la jefatura de policía, en San Salvador de Jujuy.
Desde allí fuimos a la municipalidad, a cargo del mayor Luis Arenas, donde tampoco nos atendieron.
Regrese a casa y hable por teléfono a los abogados que me había indicado Luis. Pero solo uno de ellos contesto la llamada.
Todo el día pasó gente preguntando por él.
Al día siguiente fui a San Salvador de Jujuy. En la jefatura me atendió el subjefe y me envió al comando del ejército también ahí dijeron que no estaba.
Fuimos a la cárcel y no lo encontramos.
Nos enteramos que había cientos de detenidos, de distintas partes de la provincia: obreros, dirigentes, gremiales, profesores, maestros, profesionales y hasta chicos de 15 a 16 años, la mayoría alumnos de nuestra escuela normal.
Durante la primera semana iba a S.S de Jujuy, día por medio.
Una noche, por debajo de la puerta recibí un papelito todo sucio de grasa: Estoy en la cárcel de San Salvador incomunicado, trata de hablar con Mario Paz y Alberto Lemos.
Esos 2 eran funcionarios del ingenio de Ledesma y Luis quería saber de qué se lo acusaba. También me pedía que me comunique con algún abogado para que presente un recurso habeas corpus.
En la jefatura nos informaron que por órdenes del gobierno militar estos recursos ya no se recibían.
Ciframos nuestras esperanzas en poder verlo y para ello fuimos a entrevistarnos con el Obispo Miguel Medina, al que le contamos nuestro problema y prometió pedir a los directivos de la empresa y al jefe de gobierno militar que se nos permita visitarlo.
Llego el mes de abril del 76, y con él, la esperanza que para pascuas podamos ver a los detenidos. Fuimos a la cárcel y esperamos toda la tarde en la vereda, pero no pudimos entrar. Por eso entonces recibimos la noticia que mi suegro padecía un cáncer terminal. Nos preguntábamos como decírselo a su Luis.
Me presente al jefe del regimiento, ante el coronel Néstor Bulacios, para intentar conseguir un permiso para que Luis viera a su padre moribundo, pero me lo negó.
Entonces decidí entrevistar a los funcionarios del Ingenio Ledesma para pedirles que intercedan ante el gobierno militar.
Su marido hizo ocupar tierra de la empresa por los obreros cuando fue intendente; acá hubo atentados a maquinas cosechadoras. Además su accionar fue siempre predisponer a los obreros en contra de la empresa. Dijeron, además que había listas de personas por detener y que yo figuraba en una de ellas.
De esa entrevista Salí muy angustiada ya no podía rogar mas. Tenía una rabia sorda y una importancia adueñándose de mí. Pero me quedaba algo, la dignidad en la desgracia.
Mi suegro falleció esperando ver a su hijo. Luis lloro mucho pero sus compañeros lo acompañaron y rezaron un rosario. Las 2 hijas y yo fuimos a verlo a prisión después de 3 meses de detención, estaba pálido, delgado y malamente vestido. El se abrazo a las hijas y lloro mucho, lloramos los 4 abrazados y yo me repuse rápido pues solo teníamos 5 minutos, en ese tiempo tan corto había que contarle todo lo que hicimos por él: a quienes vimos, a quienes escribimos, las respuestas y sobre todo que seguimos trabajando y estudiando. Solo Dios sabía que estábamos aprendiendo a enfrentarnos solo a la vida.
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